lunes, 12 de diciembre de 2011

La Alhambra y otras sorpresas


Una clase es motivadora cuando... se rompe con la rutina y, por ejemplo, nos escapamos al mirador de San Nicolás a pintar la Alhambra. Cuando el profesor baja de la tarima y se convierte en un observador más, integrado entre los alumnos de la clase y orientándolos individualmente. Cuando no existe y no se evalúa el perfeccionamiento, sino la creatividad, los diferentes puntos de vista y la experimentación en el trazo. Clases no traumáticas, que han hecho que los que odiábamos el dibujo porque algún maestro en la escuela nos dijo que "no servíamos" y nos encarlecó en el eterno "5", ahora no tengamos reparo en mostrar a los demás nuestros bocetos. Y es que son hasta buenos. Todos los dibujos de los compañeros fueron realmente buenos. De hecho, voy a regalarle el mío a mi abuelo por Navidad para sorprenderlo, ya que es pintor y la cosa suele ir al revés: él nos inunda a cuadros a todos. 





Deberíamos detenernos a observar la realidad en directo más a menudo, aunque lamentablemente nos hemos acostumbrado a que nos llegue fragmentada por otros medios. Incluso escenas de nuestra vida cotidiana en las que no reparamos tienen una belleza especial que podemos plasmar sobre el papel. Hablo de mi segunda práctica, en la que he dibujado un pedacito de nuestra querida cafetería. Ésa en la pasamos juntos tantos ratos, hacemos interminables colas para conseguir media tostada y un batido de chocolate con pajita, donde jugamos a cartas, reímos, hablamos de los maestros y, en definitiva, se nos pasa la vida. Sentimientos que despertarán en mí un buen recuerdo cuando, dentro de unos años, encuentre este boceto por casualidad entre los papeles viejos de alguna caja.


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